Michael Sandel: “Si los mercados definen lo que es valioso se crea un vacío moral que llena la religión y el nacionalismo”

El filósofo estadounidense Michael J. Sandel (Minneapolis, 1953), autor de libros premonitorios como El descontento democrático , de 1996, y de ensayos referenciales sobre el mundo neoliberal como Lo que el dinero no puede comprar o La tiranía del mérito , publica junto al economista Thomas Piketty Igualdad (Debate/Edicions 62), una conversación sobre los problemas de la desigualdad para la dignidad de los individuos y para la vida democrática, con archimillonarios omnipotentes y masas con profundo descontento.
El camino a Donald Trump “La desigualdad no solo es económica, también de respeto, de reconocimiento social, y ésta ha impulsado a Trump””¿La creciente desigualdad ha llevado al éxito de Donald Trump y otros líderes populistas?
Sí. Hay dos dimensiones de la desigualdad. Está la económica, de ingresos y riqueza. Y luego, la desigualdad de respeto, de reconocimiento social y estima. Las dimensiones de la desigualdad son más que económicas, tienen que ver con cómo vivimos juntos, cómo nos consideramos unos a otros como conciudadanos. Y es este segundo tipo de desigualdad, la de respeto, de dignidad, la que creo que ha contribuido más a alimentar la ira y el resentimiento que figuras como Trump explotan.
Dice que las élites han mirado por encima del hombro a los perdedores de la globalización.
Y eso ha llevado a una reversión de las afiliaciones y lealtades políticas tradicionales, partidos de centroizquierda como el Demócrata o el Laborista obtenían su apoyo de la gente trabajadora. Desde Roosevelt y el new deal el Partido Demócrata se erigió en el partido del pueblo contra los privilegiados que controlaban un poder económico irresponsable. Hoy la mayoría de trabajadores votan desproporcionadamente por Trump. Y el Demócrata es un partido que se identifica más con las clases profesionales y títulos universitarios. Las afiliaciones se han invertido en dos décadas.
Es muy crítico con los mandatos de Clinton y Obama.
Reagan y Thatcher llegaron al poder declarando que el gobierno era el problema y los mercados la solución. Encarnaron la fe triunfalista del mercado. Les reemplazaron políticos de centroizquierda como Clinton, Blair o Schröder que suavizaron las asperezas pero nunca cuestionaron la premisa fundamental de que los mercados son los instrumentos principales para lograr el bien común. Adoptaron la versión neoliberal de la globalización. Aceptaron la desregulación del sector financiero que llevó a la crisis del 2008. Y luego aceptaron un rescate de Wall Street. Eso creó esta alienación.
Apunta que un momento crucial fue el 2008, cuando Obama pudo haber elegido entre rescatar a Wall Street o a la gente.
En los años de globalización neoliberal y desregulación financiera las finanzas reclamaron una proporción creciente del PIB y de las ganancias corporativas y llegaron a dominar la economía y la política. Y Obama tuvo que elegir, cuando el sistema se vino abajo, entre reestructurarlo o reconstruirlo. Eligió lo segundo. Eso ensombreció su presidencia, que comenzó con gran idealismo. El Partido Demócrata no se ha recuperado. Y esto explica el éxito de Trump.
“Biden se apartó de la ortodoxia neoliberal, pero no fue capaz de articular una visión”Biden sí cambió las políticas.
Sí, no estaba a la izquierda del Partido Demócrata pero era instintivo. Y percibió que la antigua versión neoliberal de la globalización, con los acuerdos de libre comercio, la libre circulación de capitales, la desregulación financiera y la concentración de poder en las grandes corporaciones, ya no funcionaba. Y socavaba la confianza en la democracia. Se apartó de esa ortodoxia. Promulgó una importante legislación para la inversión pública en infraestructuras, una política industrial, invirtiendo en chips, energías renovables. Reforzó la aplicación de las leyes antimonopolio contra las tecnológicas. Habló menos de competencia meritocrática y más de la dignidad del trabajo. Sin embargo, no fue capaz de articular una nueva visión, de explicar cómo esas políticas contribuían a un nuevo papel del gobierno en la economía. Cuando Roosevelt transformó el papel del gobierno, lo explicó como un nuevo acuerdo y la gente comprendió que se trataba de un nuevo modo de exigir cuentas democráticas al poder económico. Biden no fue capaz de articular una visión. Era más bien un político táctico. Y estos cambios, potencialmente muy importantes, nunca tuvieron sentido en la opinión pública ni se tradujeron en un cambio fundamental.
¿Trump está llevando a cabo una revolución?
Ha canalizado y aprovechado la ira de quienes se sienten menospreciados por las élites y ha cuestionado el ideal neoliberal de un mundo sin fronteras. No estoy seguro de que se pueda llamar una nueva visión de gobierno, pero el “Make America Great Again” simboliza el anhelo de la gente por tener cierto control sobre su destino colectivo. Su política arancelaria es un intento caótico y arrogante para imponer su voluntad en el mundo. Pero gente como J.D. Vance sí tienen visión estratégica, cierta visión del nacionalismo y su relación con una economía que se toma más en serio las fronteras y que intentará convertir a los republicanos en un auténtico partido de los trabajadores.
“Los demócratas deben cambiar la filosofía por una centrada en la dignidad del trabajo, cómo mejorar la vida de todos los que contribuyen al bien común”Dice que la izquierda debe cambiar la idea de la meritocracia por el reconocimiento a quienes contribuyen a la sociedad.
El Partido Demócrata necesita dejar de centrarse en cómo preparar a las personas para ascender en la escala del éxito mediante la obtención de títulos educativos, ignorando el hecho de que los peldaños de la escalera se están distanciando cada vez más. Cambiar la idea de que la desigualdad se puede resolver promoviendo la movilidad ascendente individual a través de la educación superior. No es suficiente y ha reforzado las desigualdades de dignidad y respeto. Debe cambiar esa filosofía por una centrada en la dignidad del trabajo, cómo mejorar la vida de todos los que contribuyen a la economía y al bien común, tengan o no un título. ¿Por qué se debería considerar que los electricistas y enfermeros contribuyen menos al bien común que los consultores o los gestores de fondos de cobertura? Enfatizar la movilidad ascendente individual descuida lo que tenemos en común, lo que nos debemos unos a otros, el cultivo de la solidaridad, la responsabilidad mutua. Necesitamos reparar la infraestructura cívica de una vida democrática compartida.
Pide debatir el valor de la educación, la cultura, la salud y no dejarlo en manos de los mercados.
Las sociedades liberales tienden a rehuir el debate público sobre concepciones contrapuestas de la buena vida. Es comprensible: en las sociedades pluralistas discrepamos en muchas cuestiones morales. Pero es un error pedir a los ciudadanos que dejen de lado sus convicciones morales al entrar en la esfera pública. Nos deja con la suposición de que el dinero que ganan las personas es la única medida de su contribución al bien común. ¿De verdad el profesor inspirador que tuvimos en la escuela contribuye 5.000 veces menos al bien común que un gestor de fondos de cobertura? Debemos reclamar de los mercados la cuestión de qué se considera una contribución valiosa al bien común. Eso requiere juicios de valor, a veces cuestionables. Pero es mejor debatirlos que delegarlos. Si mantienes el argumento moral fuera del debate público, crea un vacío moral que se llenará con intentos intolerantes de afirmar el valor, generalmente fundamentalismo religioso o hipernacionalismo. Intentos de llenar un vacío moral creado al permitir que los mercados definan qué es valioso.
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